sábado, 2 de abril de 2011

LA MACABRA HISTORIA DEL GIGANTE EXTREMEÑO

Agustín en un retrato junto a su madre y un vecino
Decían que en el interior de su mano, de casi medio metro de longitud, podía esconder una barra de pan de un kilogramo. En los primeros años, arrastró su caminar por las angostas calles de su Puebla de Alcocer natal. Aquellos mismos pies condujeron su gigantesca anatomía por las avenidas de la capital y, del mismo modo, su gran y torpe zancada le llevó a descubrir y frecuentar los más sórdidos ambientes del Madrid de mediados del XIX.
Llegó a medir 2’35m. Hoy se le conoce como “El Gigante Extremeño”, entonces, según rezaba en los carteles anunciadores del espectáculo en el que se exhibía, su título era el de “El Rey de los Gigantes Europeos”.
Casa del Gigante de Puebla de Alcocer
La humilde casa del número 9 de la calle Colón de Puebla de Alcocer, fue testigo en 1849 del nacimiento de uno de los seres más especiales del planeta. Agustín Luengo Capilla iniciaba así su particular existencia. Desde la infancia, tuvo que luchar por normalizar su vida ante una quebradiza salud. Sin embargo, la verdadera anomalía, aquella que suscitó furtivas miradas entre sus convecinos, fue la del extraordinario desarrollo de su esqueleto. Agustín empezó a tener un crecimiento desmesurado. Sus piernas y brazos parecían alargarse por momentos y su cara comenzó a crecer de forma exagerada debido al aumento desproporcionado de su cráneo.
Plaza dedicada a Agustín Luengo en Puebla
La causa de tal extremo, según estudios, pudo deberse a un tumor hipofisario que, aunque de origen benigno, estaba situado en la hipófisis, glándula endocrina que está junto al encéfalo. Esta circunstancia provoca que la persona siga segregando la hormona del crecimiento aún después de haber finalizado la etapa natural de desarrollo.

Cartel anunciador del gigante 
Pronto este crecimiento desmedido del de Puebla supuso dificultades para llevar una existencia normalizada en los más triviales  aspectos del día a día. Baste mencionar que la familia se vio obligada a realizar un enorme boquete en uno de los muros de interiores de la vivienda para que el gigante pudiese sacar las piernas a otra estancia, puesto que no cabían en la habitación donde dormía.
El autor del reportaje sosteniendo la bota del gigante
Esta situación y la humilde condición de su familia – seguramente – pesaran a la hora de elegir su destino. Agustín Luengo, a la edad de 12 años, decide abandonar la población pacense y enrolarse en la troupe de un circo explotando su “monstruosidad”. Recordemos que estos espectáculos, en tiempos pasados, se nutrían de personas que, como el extremeño, presentaban alguna característica física especial, diferente, anómala, con respecto al resto de los mortales. Estas particularidades han sido percibidas de diferente forma según las épocas. Siempre han nadado entre lo divino y lo demoníaco. Por entonces, en los tiempos de Luengo Capilla, existía un cierto recelo supersticioso hacia estos “seres de feria”. Pero su fama como el hombre más alto de Europa también le proporcionó insignes amistades. La Casa Real lo acogió como un “gran” amigo. El interés de Alfonso XII por conocer al extremeño, probablemente surgido tras la fama que adquirieran sus espectáculos o informado por el médico que se convirtiera en su tutor, cosechó un afecto mutuo que se vio traducido en varios obsequios del monarca al gigante.
Vicenta Pérez y María Josefa Herrera con Gonzalo
Hoy se conserva en Puebla de Alcocer una de las botas que el rey Borbón regaló a Agustín y que sus descendientes han donado al Museo Etnográfico de la localidad pacense. Este calzado, perfectamente manufacturado, se correspondería en la actualidad con un número de la talla 52. A pesar de tamaña numeración, pude comprobar en mi visita a la exposición, amablemente mostrada por Vicenta Pérez Sosa y María Josefa Herrera Alvarado, ambas concejalas de Puebla, que aquél botín debía estarle pequeño al gigantón puesto que, en su parte delantera, se dibujaban perfectamente sus dedos apretados.
La familia de Capilla también posee otras pertenecías de su antecesor como el gorro utilizado tantas veces por él y que, a la postre, llegó a convertirse en su prenda más emblemática.
Otro de los legados de los parientes al pueblo que vio nacer al Gigante Extremeño es un tapiz con la efigie de Agustín, representada a tamaño real que sirvió como reclamo para sus espectáculos. En el cartel aparece acompañado por la figura de otra persona de estatura normal y con una leyenda que dice textualmente: “EL REI DE LOS JIGANTES EUROPEOS. SOI ESPAÑOL”.
Este epígrafe que no era del todo cierto porque apenas unos setenta años antes de nacer nuestro gigante, moría en Londres Charles Byrne “O’Brien”, con 22 años de edad y una estatura de 2’5 metros. Además, curiosamente, los últimos años de su vida fueron muy desenfrenados, como ocurriría en el caso de nuestro hombre alto.
Otro caso es el de Patrick Cotter, nacido en Kinsale, que exhibía sus 2’5 metros de altura a los18 años de edad a las clases altas, en un piso de Londres.
La reina también hizo gala de su aprecio por el que hasta el día de hoy sí que ha sido el hombre más alto de España. Capilla fue llamado a la Corte para una recepción en la que la soberana le regaló un traje y un anillo de oro.
Sin embargo, hubo otro reconocido personaje de la capital que fue determinante en el devenir del coloso de Puebla de Alcocer. El célebre y enigmático doctor Pedro González Velasco propuso a Agustín adquirir con él un compromiso muy peculiar. El trato consistía en que el galeno pagaría dos pesetas y media al gigante cada día de su vida. En contrapartida, el cuerpo de este sería propiedad  de González Velasco cuando el pacense muriera.
 
No habría que profundizar mucho para saber que este Catedrático de Anatomía de la Universidad San Carlos de Madrid fue un personaje un tanto siniestro. Eran muchos los que aseguraban la condición de ladrón de cadáveres del controvertido médico. Sin embargo, este hecho no sería el que fraguara su tenebrosa leyenda.
Detalle del vaciado del Gigante Extremeño

Doctor Pedro Gónzalez Velasco
Al parecer, el sombrío doctor embalsamó a su hija, muerta a causa de los efectos imprevistos de un medicamento. Se decía que con aquél procedimiento de conservación el médico intentaba mantenerla como si aún estuviera viva. Según afirmaban, llegaba a tanto su delirio que, cuando llegaba la hora de comer, sentaba a la mesa el cadáver de su primogénita a la que servía su plato, como si estuviera aún viva. Esto continuó siendo así hasta el fallecimiento del galeno.

Aquellas mismas voces que manifestaron esta conducta del doctor, aseguraron haber presenciado, en más de una ocasión, el paso nocturno del carruaje de González Velasco llevando al doctor a bordo con su hija muerta, vestida de novia. Se decía que del mismo modo furtivo asistía oculto a la ópera, acompañado de la difunta.
Los antiguos bedeles de la Facultad de Medicina de la Complutense aseguraban que una de las momias que se custodia en el museo de la Facultad es, precisamente, la hija del doctor González Velasco.
Todos dicen que, tras la muerte de su primogénita, el doctor había perdido la razón. 
Cuando conoció a Capilla, el catedrático de Anatomía estaba en plena creación del Museo Antropológico de Madrid, en Atocha. Sin duda, la asignación propuesta por el médico a Agustín le debió suponer a este un dineral, en aquella época. El gigante comenzó a llevar una vida de desenfreno poco sana. Esta circunstancia hizo que, en más de una ocasión, don Pedro le reprimiera esa actitud advirtiéndole de los problemas que podría acarrearle a su salud. El extremeño solía contestar a su mecenas que mejor para él puesto que, cuanto antes muriera, antes podría disponer de su cuerpo para sus estudios.
Esta persistencia en su conducta llevó a Luengo Capilla a un final trágico y temprano. Una tuberculosis ósea en estado muy avanzado se llevó por delante su vida cuando apenas tenía 26 años de edad.
Tras el óbito, el doctor inició el desarrollo de los planes que tenía previstos.
En la actualidad, en el Museo de Antropología de Madrid, podemos contemplar un vaciado en yeso del cuerpo del gigante extremeño y que, según una carta fechada en 1973 por el investigador José María Otero y dirigida a Manuel Fabero, descendiente lejano del gigante, estaba recubierto con la propia piel de Capilla aunque en un estado muy deteriorado por causa del tiempo que había transcurrido. Hoy, al parecer, este tejido ha desaparecido.
 
En la misma sala del museo, se puede contemplar el esqueleto de Agustín, aunque con diez centímetros menos de los que tenía en vida. Esta reducción se debe al proceso que el doctor González Velasco empleó para lograr una mejor conservación de los huesos.
Para finalizar, regresamos al lugar donde se inició tan desventurada historia. Porque, además de los restos y objetos conservados del gigante, Puebla de Alcocer recuerda el rastro plasmado por su paisano en la subida que antecede al castillo. Se dice que en ese camino a la fortaleza, sobre una piedra, se dibujaba la impronta de una pisada dejada por el gran Agustín. Huella que, al contrario de lo que sucediera con su cuerpo, fue sepultada bajo una capa de asfalto.
Gonzalo Pérez Sarró





 


 

 

 

 

 

 
 

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